jueves, 24 de diciembre de 2009

Ana

Te veo andar entre la gente,
es como si el suelo no te tocara.
Pasas en cámara lenta,
acariciando el aire.

La gente en lo suyo, bebiendo,
Hablando cosas indescifrables.
Sólo hay murmullos, sonidos,
ecos de copas.
Caminas así, sobre los ruidos,
sobre el espejo
que cruzan la pared.

La gente entra, sale,
trae consigo el frío.
Hay en ti
un andar suave, minimalista.

Eres casi trasparente,
sólo te desplazas
sin friccionar el suelo,
nadas en el espacio.
No hay remolinos
caminas sin mover
apenas el viento.

Cuerpo a cuerpo

La cama se ha desvelado.
Revuelto entre almohadas,
los sueños a flor de piel
han despertado.
Las fauces del invierno
se abren,
exhiben los dientes.
Se atragantan del sueño.

Hay una lucha
en el centro de la vigilia.
Las cobijas se cubren,
se envuelven entre si
de la cara oculta.
Vuelan entre fuegos,
se aferran al cielo.
Es una batalla encarnizada,
un desangrarse de la noche,
del cuerpo a cuerpo de la mente.

Te desnudé

Te desnudé
pero no pude entrar
en tu sed.

Había ventanas cerradas,
un muro infranqueable,
una pared sin piel.

En la boca había candados,
Cierres,
hímenes de hierro.
Una puerta sin bisagras.

Los ojos se cubrieron de deseo,
en una tez tan distante.
Un ejército de poros
beligerantes.

Cobijas

Cuando se despiertan las hojas
la tinta se expande,
se derrama en un espacio blanco,
un área virginal.
Son sabanas tendidas
sin probar la noche.
Es un amanecer de letras
de líneas, curvas, figuras.

Ellas caminan entre lienzos,
van tejiendo palabras, símbolos.
Son dibujos que las sombras
van desvelando,
y se quedan ahí,
clavadas sobre una cama
de cobijas impolutas.

Verte

Tengo que verte,
buscarte entre las ramas
de la memoria.
La mente se ha encargado
de burlar los ojos,
de difuminar el rostro.

Busqué perderme de ti,
alejarme de la imagen
huir,
voltear la mirada.
Un “no” mirarte,
extender la distancia.

Pero tengo que verte,
encontrarme entre las lluvias.
Deslavar la memoria,
permitir de una vez,
poder contactar con el principio
del fin.

Ayer

Ayer,
en un parpadear del tiempo,
una luz incandescente
se anido al borde de los ojos.
Eran destellos fugaces,
soles mansos.
Eran un río tibio.
Me mostraste tus alas
te mostraste ante mi.

Tu piel,
ese lienzo reposando
sobre la estructura de tu cuerpo.
Ayer, tras el día
Se encendieron estrellas,
canciones nocturnas.

Había una herida
a penas se divisaba.
Era una línea horizontal,
que descansaba sobre tu vientre.
Un tatuaje,
la carne en flor.
Ayer, me descarnaste tu marca.
te exhibiste con pudor
enseñaste un dibujo
rojo,
profundo.